Somos Fernando y Ana, armadores de un precioso DUFOUR 31 del año 78 que nació en los astilleros TAYLOR de Santander.
Nuestro amor por la navegación surgió hace 5 años cuando estuvimos en el SAIL IN FESTIVAL en Bilbao. Hasta ese momento nuestro único contacto con el mundo náutico fueron las clases de vela ligera que recibió Fernando en Calanova (Mallorca) y mis paseos en barca en el Retiro.
Durante el SAIL IN conocimos historias de personas que tenían su propio velero, nos contaron sus vivencias y lo que se puede llegar a experimentar a bordo de un barco de vela. Era todo desconocido para nosotros, pero a la vez tan atrayente. De vuelta a Madrid procesamos toda esa información, nos liamos la manta a la cabeza y decidimos ir a la búsqueda de nuestro primer velero, el problema era por donde empezábamos.
Al principio pasábamos horas frente al ordenador leyendo opiniones en foros de navegación, viendo vídeos de Youtube y cuando estábamos en Dénia todas las tardes dando largos paseos por los pantalanes de las marinas viendo qué tipo de velero podría ser el más adecuado para nosotros.
Cuando tuvimos las cosas algo más claras nos empezamos a mover y encontramos 2 posibles candidatos, uno en Castellón y otro en Algeciras, así que carretera y manta. Cuando llegamos allí y los vimos todas nuestras ilusiones se fueron al traste, ninguno era el barco de nuestros sueños. No paramos en nuestro empeño de encontrarlo, sabíamos que nos estaba esperando en el pantalán de alguna marina, pero ¿dónde?
Un día, “trasteando” en internet, Fernando vio un anuncio, no tenía mala pinta así que pusimos rumbo a Valencia con un ligero cosquilleo en el estómago, teníamos el presentimiento de que ese podría ser.
Cuando llegamos allí estaba, en el pantalán, amarrado, esperando a sus nuevos armadores, deseando que le volvieran a poner “guapo” para salir a navegar.
Era un precioso Dufour 31, ya con sus años pero que apenas se le notaban. Con lo pocos conocimientos que teníamos y la ayuda de algunos amigos nos pusimos a revisar lo principal, jarcia, motor, estado del casco, cubierta, electrónica… aunque seguro que alguna cosa se nos olvidaría, como novatos que éramos, pero nos convenció y lo adoptamos como nuevo miembro de la familia.
Ese primer año casi todos los fines de semana estábamos en él, lloviera o hiciera sol. Empezamos a hacerle pequeños arreglos y ponerlo a nuestro gusto.
Desde que le tenemos yo siempre lo he dicho, pero creo que todos los veleros tienen un corazón y saben que les cuidamos, a cambio ellos nos protegen.
Comenzamos a salir a navegar con él por la bahía de Valencia, teníamos mucho que aprender y como dicen por aquí, eso sólo se consigue navegando.
Al principio surgieron los típicos miedos a lo desconocido, al ¿qué pasará si sube mucho el viento, las olas, si alguien se cae al agua…? pero todo era cuestión de “marinizarse”
Comenzamos nuestras vivencias a bordo del Ambroz, así es como se llama nuestro velero, al cual decidimos no cambiarle el nombre, no es que seamos supersticiosos, pero por si acaso…
Aún recordamos esa primera salida, ¡había que sacar el barco del pantalán! Uffff… momentos de tensión, estábamos solos con nuestro velero con barcos a ambos lados y había que sacarlo de allí.
Bichero en mano, con ojos como platos arrancamos motor, soltamos amarras y comenzamos la maniobra lentamente, todo nos parecía pequeño, menos nuestro barco.
Si, pasamos muchos nervios, sobre todo yo. Pero superada esa primera prueba lo siguiente era navegar y disfrutar.
Es curiosa la mezcla de sensaciones cuando sales a mar abierto, por un lado miedo y por otro emoción, esos primeros botes en la cubierta cuando las olas empiezan a golpear el casco, notas que tu velero quiere liberarse, izas velas, apagas motor y llega ese momento… “mágico” con el sonido del mar y el viento dándote en la cara. ¿Qué más se puede pedir?
Nuestras primeras salidas fueron por la bahía de Pinedo (Valencia), y cuando nos vimos un poco más sueltos decidimos hacer un primer intento de llegar a Dénia, y decimos intento porque sólo llegamos a Gandía (primer susto) la culpa la tuvo el maldito “Garbí”. Esa primera experiencia no sirvió de aprendizaje y no nos detuvo para seguir navegando.
Travesía al Delta del Ebro, Columbretes… y tras dos años decidimos dar el salto y conocer Ibiza y Formentera. ¡Toda una experiencia!
Utilizamos el barco para navegar cuando podemos y como nuestro hogar flotante durante las vacaciones de verano, en él hemos acogido a familia, amigos… y aunque no es un hotel de 5 estrellas lo cierto es que no lo cambiamos por nada y todos o casi todos quieren repetir.
Mucha gente nos pregunta sobre el uso que le damos al velero y lo cierto es que durante el año (en condiciones normales) si podemos nos escapamos los fines de semana a navegar o hacer algún arreglo, que siempre hay algo. En verano se convierte en nuestro hogar flotante, chiquitito pero muy agradecido, perfecto. En él han estado familia y amigos, algunos primerizos y otros más experimentados.
Eso sí, todos o casi todos quieren repetir, a pesar de los mareos.
Haciendo un balance de estos años y de la cantidad de cosas que nos han pasado, lo que si podemos decir es que, si tuviéramos que quedarnos con lo positivo, a parte de la experiencia de navegar, quizás el haber conocido a gente con la misma pasión que nosotros, dispuesta a ayudarnos ha sido lo mejor.
Sabemos que esto no acaba aquí, y que en nuestro camino seguirán cruzándose personas que nos ayudarán y a las que ayudaremos. Deseando conoceros a muchos en persona, quizás en una cala, quizás en un pantalán, da igual el sitio, lo importante es que… ¡Nos veremos marineros!
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