Hace ya unos años, en el 1995, largamos amarras desde Barcelona, mi pareja, de nombre, Victor, mi perro Nus y yo. La ruta del viaje, que deseábamos realizar suponía navegar hasta donde la motivación y la suerte nos empujaran.
Pero la idea de dar la vuelta al mundo, puede cautivar a cualquiera que le gusté el agua salada y los barcos, y evidentemente a nosotros, también. Esa fue nuestra ilusión.
Empezamos a buscar un velero adecuado para navegar en el océano, en razonable buen estado, que entrara en nuestro presupuesto y que estuviera construido en acero. Nos transmitía bastante seguridad tener un barco construido de una pieza, hermético, como una lata de sardinas.
Por diversas casualidades, en Francia encontramos el candidato adecuado: un velero que media 10,18 metros de eslora por 3,60 de manga y 1,60 de calado. El modelo era un Vulcain V del diseñador naval Gilbert Caroff.
Llevaba años inacabado en un varadero de la costa Azul, Francia, lleno de polvo y con el mástil amarrado en horizontal, sobre la pelada cubierta. Pero aunque la pintura exterior del casco estaba un poco ajada, tenía buen aspecto.
Al fin y al cabo era un barco a estrenar, porque no había navegado nunca. Los propietarios eran una pareja de franceses. Muy ilusionados compraron a un astillero, cercano a París, lo que se llama un kit, compuesto del casco, la cubierta, la quilla y el timón, o sea, el casco vacío.
Luego empezaron el largo proceso de acabarlo en plan amateur, pero la falta de conocimientos náuticos, los llevó a dejar aparcado el soñado proyecto.
Unos años más tarde, el destino dio un quiebro y aparecimos nosotros: después de acordar precio y transporte, hacer unos trámites muy sencillos y pagarles lo convenido, nos convertimos en los armadores del solitario y polvoriento Vulcano, que así decidimos llamarlo.
Estábamos pletóricos de ilusión, no acabamos de creer lo que nos estaba suce-diendo, pero había que volver a la realidad y ponerse en marcha. El barco no tenía colocado el lastre y por lo tanto, no podía navegar, el motor no estaba instalado completamente, el palo no estaba colocado en su sitio, etc.
Definitivamente: había que llevarlo en un camión hasta Barcelona. Primero alquilamos una grúa extensible enorme, para sacarlo del varadero, y luego, un transporte especial para trasladarlo por carretera. El barco fue elevado una decena de metros, por el aire, hasta depositarlo en la cuna del tráiler.
Al cabo de un rato, el camión y el vehículo acompañante arrancaron, y el Vulcano empezó un viaje de 635 km, con destino a un puerto al sur de Barcelona. Era de noche cuando le dijimos: ¡hasta pronto!
De esta manera peculiar empezó una aventura que nos llevaría a navegar por mares y océanos, hasta rodear con la estela blanca y azul del Vulcano el hermoso planeta donde habitamos. Una vuelta al mundo que abarcó 5 años de navegación. Pero aun quedaba mucho por hacer…
Con la llegada del barco a la marina y después de celebrar el acontecimiento, empezamos a hacer los preparativos para ubicarlo en un amarre. Estar a flote era más barato y así teníamos mayor libertad de movimientos.
El barco debía flotar con la mayor seguridad posible. Para ello, revisamos cuidadosamente todas los grifos de fondo del barco, el prensaestopas del eje y de la mecha del timón. Los ánodos estaban bien. Lo último fue una limpieza extensa y profunda, ya que el casco tenía polvo y suciedad acumulada de años.
Pero con un poco de esfuerzo y unos cuantos cubos de agua y jabón, desapareció la pátina gris que cubría el barco.
Para acabar dimos fue un ligero repaso de pintura en el casco y aplicamos la pintura anti-algas a la obra viva. Acabados los trabajos, el velero dejó el varadero, para empezar a flotar en el mar.
Como no tenía el lastre, escoraba un poco más de lo normal, pero nada preocupante. Esperábamos, en unos meses, poner los kilos de plomo que necesitaba para estar equilibrado, siguiendo sus líneas de diseño.
El barco tenía mucho trabajo por hacer, renovar o mejorar pero estábamos contentos con la compra porque nos permitía tener un casco, palo y jarcia nuevos, velas impecables, acastillaje de cubierta y winches a estrenar, además de un montón de accesorios náuticos que esperaban en sus embalajes, ser instalados debidamente.
Mucho trabajo a la vista, pero con ganas e ilusión, iríamos afrontando y solucionando cada uno de los temas pendientes. Vivíamos inmersos en un maremagnun de extensas e inacabables listas de cosas pendientes, con referencias, croquis y medidas que parecían tener vida propia: cuando tachábamos una línea, se añadían cuatro.
El interior del barco estaba mas o menos construido, pero con un estilo y distribución que no era de nuestro agrado. Los antiguos propietarios tenían ilusión pero no conocimientos náuticos y era muy evidente que la parte que más cuidaron era la decoración de los interiores, pero con unos materiales sintéticos, oscuros y no aptos para la vida a bordo.
Para solucionar estos despropósitos desmontamos casi todo el interior. Aprovechamos para repintar el casco por dentro y mejorar el aislamiento, un tema prioritario en un barco metálico.
Eliminamos parte del salón y distribuimos mejor el espacio, para que fuera más accesible y amplio. Además cada hueco o rincón ganado, iba a servir para estibar cosas. Al mismo tiempo íbamos trabajando en diversos frentes: la instalación eléctrica y de agua era pura ilusión. No existían bombas de achique.
Planificar cómo y por dónde pasaran tubos y cables no fue simple, pero con paciencia y esfuerzo logramos que hubiera luces y diversos enchufes en todo el barco y el agua llegara a los grifos y que las bombas de achique y sus filtros quedaran instaladas en su sitio.
La instalación eléctrica del motor, era un amasijo de cables, casi imposible de descifrar. Buscamos información y se instaló nueva, el motor, por fin, arrancó, pero posteriormente, nos dio problemas en más de la mitad de la vuelta al mundo.
Colocar el lastre del barco fue un trabajo pesado, nunca mejor dicho, porque cada lingote, que fabricábamos con unos moldes de plumcake, pesaba 12 kilos. Iban alojados en unos cajones profundos que eran parte de la quilla.
Más tarde descubrimos una empresa que los vendía ya terminados. Equilibramos el velero a flote, siguiendo las pautas del diseñador y quedó bien.
Un cambio sustancial ocurrió cuando cambiamos el inapropiado forro de terciopelo que tapizaba el barco, por un acabado en madera de sapely. Renovamos los techos con listones de madera pintada de blanco y también todas las colchonetas, poniendo una tela clara y liviana.
A partir de ese momento empezó a parecer lo que en realidad era: un barco para vivir y navegar. Los trabajos en cubierta eran más llevaderos, aunque colocar el palo en su base, no estuvo exento de gran emoción. Un chubasco especialmente oscuro, apareció de súbito, con rachas fuertes.
Empezó a soplar y a diluviar justo cuando acabábamos de cortar a la medida y de colocar en su cadenote, el último obenque bajo. Por suerte no pasó nada y al cabo de unas horas, con toda la jarcia firme en su lugar, de vuelta al amarre, el aspecto del barco era otro.
Seguimos bien entretenidos colocando algunas bases para los winches y otros accesorios, entre ellos, el molinete de anclas, una especie de capota que diseñamos y lo que más nos ilusionó fue colocar los anclajes para el piloto de viento, compañero imprescindible en el viaje que más tarde emprenderíamos.
En la mesa de cartas instalamos una sonda, un GPS, una emisora VHF y un radar. Aparte llevábamos una emisora BLU que conectábamos a un portátil para recibir el parte meteorológico de cada zona. Una segunda sonda en cubierta resultó ser muy practica y un compás de navegación, instalado en el pedestal de la rueda del timón, nos ayudó a encontrar el rumbo durante todo el viaje.
Este articulo es un resumen muy comprimido de los 4 años que, a tiempo parcial, ocupamos en poner a punto el barco. Mientras tanto, ambos hacíamos traslados de veleros. Esto nos ayudó a solucionar problemas de manera improvisada, a navegar con diferentes equipamientos y a conocer la costa peninsular mediterránea y las islas Baleares.
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