un problema que acaba con las especies marinas.
La profundidad media de los océanos es de casi 4.000 metros. Una zona que para muchos aún sigue siendo insondable y desconocida, pero que, en realidad, se halla mucho más cerca de lo que parece. Así al menos lo acaba de determinar un estudio internacional en el que se trata el efecto que tiene el ruido humano en el ecosistema marino.
La actividad humana y los ecosistemas marinos siempre han estado relacionados. De hecho, buena parte de culpa del actual deterioro de los océanos la tiene el hombre. El uso indiscriminado de los recursos naturales, el incremento de los desechos plásticos, la pesca ilegal, la destrucción del hábitat de las especies exóticas.
Todo ello, sumado al cambio climático, amenaza con alterar el ciclo de vida de los océanos. El estudio internacional del que hablamos, encabezado por el investigador de la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdalá, Carlos Duarte, es solo una muestra más de lo que el efecto de la actividad humana es capaz de incidir en los océanos y el ecosistema marino en general.
Carlos Duarte y el estudio internacional sobre el ruido en el ecosistema marino
Carlos Duarte es un científico español, muy vinculado a Galicia, especializado en el campo de la oceanografía. En la actualidad, está considerado el ecólogo acuático más versátil. Sus estudios y publicaciones lo sitúan como líder mundial en múltiples ramas de la oceanografía biológica y la ecología marina.
Su último estudio trata de determinar las consecuencias que el ruido de las actividades humanas provoca en el ecosistema marino. Un estudio en el que ha participado también el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y que ha sido publicado en la revista Science. Los resultados que se han obtenido son cuanto menos muy sorprendentes.
Junto a Carlos Duarte y el CSIC, se han involucrado en este estudio científicos de España, Arabia Sudí, Dinamarca, Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Países Bajos, Alemania, Noruega y Canadá. La fuente de investigación ha venido determinada por más de 10.000 artículos científicos de los últimos 40 años en los que se alude ya al impacto que genera el ruido provocado por el ser humano en la vida marina.
El estudio de Carlos Duarte revela que los animales marinos son sensibles al sonido. Pero esto, en realidad, no es algo nuevo. El ruido oceánico está ya considerado como una forma de contaminación que afecta a la vida en los océanos. De hecho, se estima que, en los últimos cien años, este ruido se ha incrementado tres decibelios por decenio.
Sin embargo, el problema del ruido oceánico viene de más atrás en el tiempo. Hay que remontarse hasta mediados del siglo XVIII con la Revolución Industrial. Una época de profundas transformaciones económicas, sociales, culturales y tecnológicas que supuso un avance para la sociedad, pero que también trajo sus consecuencias.
La Revolución Industrial y las décadas posteriores devinieron, entre otras cosas, en un aumento del tráfico marítimo. Además, proliferó la explotación de recursos y el desarrollo de nuevas infraestructuras en el mar. Hechos que han propiciado que el incremento del ruido marino a consecuencia de las actividades humanas se haya incrementado notablemente.
Ya en el 2005, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) incluyó el ruido oceánico como una de las principales amenazas para los animales marinos. El sonido que se genera es, por tanto, muy perjudicial para los animales. Solo hay que tener en cuenta que las ondas del sonido se desplazan en el agua cinco veces más rápido que en el aire.
Las zonas con mayor nivel de ruido oceánico.
Como suelen afirmar los propios científicos marinos, “los habitantes de los océanos pueden no ser capaces de ver lo que ocurre a unos metros de distancia de donde están, pero sí se pueden ver afectados por el sonido que se produce a cientos de kilómetros de distancia”.
Las zonas más ruidosas en la actualidad son la costa atlántica europea, la de China, Corea, Japón y Estados Unidos. Aquí el problema tiene que ver con la gran actividad pesquera industrial que se lleva a cabo. En cambio, la mejor salud acústica se sitúa en la Antártida, un lugar en el que hay poca actividad de navegación y no hay industria.
En España el problema del ruido oceánico se halla muy generalizado. El ambiente costero de nuestro país es muy ruidoso debido a la enorme actividad que se produce. Los arrastres pesqueros, la navegación tanto recreativa como comercial, las prospecciones sísmicas, el ruido de los aviones. Son acciones que influyen en gran medida en el ruido oceánico.
¿Por qué afecta el ruido a los animales marinos?
Las consecuencias de este ruido oceánico afectan al nicho ecológico y la fisiología de cetáceos, peces y tortugas. El estudio de Carlos Duarte constata de forma determinante lo que muchos ya se temían. El nivel de bullicio de las actividades humanas puede llegar a provocar la muerte de muchas especies del ecosistema marino.
Los animales marinos utilizan el sonido como una señal sensorial que guía todos los aspectos principales de su comportamiento y ecología. Precisamente, muchos de ellos lo emplean para comunicarse, alimentarse o reproducirse. De ahí la importancia que tiene en el ecosistema marino y el hecho de que afecte tanto a los animales que viven en las profundidades de los océanos.
El cambio climático, por ejemplo, ha provocado el deterioro de diferentes hábitats que se antojan vitales para muchas especies marinas. Los arrecifes de coral, las praderas marinas y los lechos de algas marinas han desaparecido prácticamente en muchos lugares del mundo.
Hay muchas especies marinas que no se pueden desplazar a otros hábitats para huir del ruido. Y muchas de las que pueden hacerlo, han empeorado sus condiciones de vida. Se han desplazado a zonas que no son específicas para ellas y comunidades enteras de estas especies marinas mueren a consecuencia de estos desplazamientos
La ausencia de bifonía
Estos hábitats provocan un sonido biológico que se conoce con el nombre de biofonía. Un tipo de sonido natural que, para muchas especies, resulta clave para su existencia. Sin ir más lejos, es de este sonido del que se valen muchas larvas de peces y otros animales para encontrar sus hábitats.
La creciente desaparición de estos hábitats ha traído consigo la ausencia de los sonidos biológicos que producen. Al desaparecer, muchos animales que se valen de ellos a modo de orientación pueden no solo modificar su comportamiento, sino también su proceso fisiológico en general hasta incluso morir.
Un ecosistema marino en buen estado de conservación posee un sonido característico propio. Este sonido es el que precisamente utilizan sus habitantes para encontrar los hábitats, crecer y reproducirse. Si se silencia este sonido debido a la actividad humana, las especies marinas que viven en él morirán.
La necesidad de tomar medidas urgentes.
La finalidad del estudio internacional de Carlos Duarte es doble. Por un lado, tiene como objetivo poner en conocimiento de todos un hecho del que parece que las autoridades hacen caso omiso. El ruido que provocan las actividades humanas ha aumentado y, con él, su impacto en las especies y ecosistemas marinos.
Pero además, este estudio es otra más de las señales de alerta con las que se pretende demostrar la imperiosa necesidad de tomar medidas urgentes. Es el propio estudio el que ofrece una serie de pistas sobre lo que se puede hacer y demuestra que el problema de la contaminación acústica se podría atajar de forma rápida y efectiva.
Precisamente, las medidas para reducir la contaminación acústica de los océanos podrían tener una incidencia positiva inmediata. Mejorando este problema del ruido, el estado de salud de muchas especies marinas sería mucho más estable.
Carlos Duarte y el equipo de científicos que han trabajado en este estudio ponen como ejemplo el reciente confinamiento mundial que se ha vivido a consecuencia de la pandemia de coronavirus. Durante este tiempo, el nivel de ruido en los océanos generado por la actividad humana decreció de forma notable.
Posibles soluciones para disminuir el ruido en los océanos
Evidentemente, el estudio no propone detener las actividades humanas. Las soluciones podrían girar en torno al impulso de diversas acciones de gestión encaminadas a reducir los niveles de ruido en los océanos. Entre estas acciones estarían las siguientes:
- Fomentar el uso de las nuevas tecnologías.
- Disminuir el ruido de los motores y/o hélices.
- Mejorar los materiales de los cascos de los barcos.
- Uso de motores eléctricos.
- Impulso de medidas reglamentarias para reducir el ruido de los barcos comerciales bajo el agua.
- Desarrollar nuevos vehículos que lleven a cabo las exploraciones sísmicas moviéndose sobre el lecho marino.
- Establecer cortinas de burbujas que disipan el ruido en obras y construcciones submarinas.
La principal fuente de contaminación acústica en los océanos es el ruido de los buques. Pero también hay ruidos más intensos, como por ejemplo las explosiones submarinas de bombas o la dinamita para pescar. También son muy contraproducentes los sonares militares de alta intensidad o los impactos de aire comprimido en prospecciones sísmicas.
Todo esto demuestra que los océanos modernos son mucho más ruidosos que los de antes. Las soluciones que se lleven a cabo para disminuir el ruido en los océanos deben ir enfocadas a paliar la intensidad de estas acciones. La idea es tratar de regular la emisión de ruido que producen los buques. Algo similar a lo que se hace con los coches y otros vehículos.
Hace unos años, Carlos Duarte se encontraba en la costa oeste de Estados Unidos realizando una grabación de hidrófonos. Los micrófonos que se utilizaban para la grabación se hallaban en las profundidades del océano.
Lo más curioso de todo es que esos micrófonos fueron capaces de recoger el sonido de la lluvia en la superficie. Una clara muestra de que los animales del fondo del mar oyen todo lo que sucede más arriba. Un ruido que les afecta para comportarse y, en definitiva, para vivir.
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