El 22 de abril de 1969, el oficial de la marina inglesa, Robin Knox-Johnston, a bordo del Suhaili, se convirtió en la primera persona en circunnavegar el planeta en solitario y sin escalas. La aventura se llamó Golden Globe Race.
Este artículo es un homenaje a los participantes de una regata que implicó la gloria, fama, desesperación y muerte.
La idea
Con la intención de capitalizar distintos intentos que se estaban planeando en ese momento por varios navegantes, el periódico inglés Sunday Times, anunció en 1968 un premio para el primero que consiguiese dar la vuelta al mundo en solitario, sin escalas a través de los grandes cabos.
Solo había una exigencia: salir desde cualquier punto de las Islas Británicas entre el 1 de junio y el 31 de octubre.
El trofeo Golden Globe, sería para la primera circunnavegación lograda y para subsanar el desorden de las salidas, se estableció un segundo premio de 5000 libras para aquel que lo consiguiese acabar en menor tiempo.
Tal libertad de condiciones implicaba que la organización no pudiese contrastar la capacidad de los participantes para afrontar el reto de forma segura. La aventura estaba servida.
Participantes
Nueve hombres, muy distintos entre sí, en barcos pequeños, muy diferentes y mal equipados, se lanzaron a la locura. ¿Quiénes fueron?
John Ridgway. La dureza de la soledad.
Capitán de paracaidistas del Ejercito Británico. Buscador de experiencias extremas, había cruzado junto con Chay Blyth en 1966, el Atlántico a remo durante 92 días, en un barco de 20 pies. Esto, le había hecho famoso, pero él necesitaba más, algo realmente duro.
Aunque tenía algo de experiencia en navegación a vela, la elección de un Westerly 30 biquilla de fibra, barco de crucero familiar, era la peor opción para enfrentarse a las condiciones de los mares del Sur.
La soledad, la depresión, los crujidos que emitía su barco deshaciéndose, provocaron que no aguantase más y a las seis semanas en el mar, dirigió su barco a Recife, Brasil y abandonó. “Es la primera vez en mi vida que me rindo. Me siento desplazado e inútil” escribió en su diario.
Chay Blyth. Sin experiencia alguna.
Militar inglés, compañero de aventuras de Ridgway, experto en supervivencia. También falló en la elección de su barco, un Kindfisher 30, otro biquilla, casi idéntico al de Ridgway.
Aunque parezca increíble, en el momento de zarpar, Blyth atesoraba una experiencia de solo 6 millas a vela y en condiciones de calma absoluta. Avanzaba a base de manuales, con una determinación sin límite, mientras se convertía en marino.
La dureza de la situación le hizo replantearse todo, centrándose en lograr el reto en sí mismo y olvidándose de la regata. Por ello, aguantó, pese a haber recibido asistencia y estar descalificado, hasta que una enorme tormenta en Sudáfrica le convenció de que su barco no era el adecuado y que no tenía sentido seguir.
Blyth no se podía rendir y solo dos años más tarde, en 1971, se convirtió en la primera persona en circunnavegar el mundo hacía el Oeste. Ese viaje fue descrito por The Times como “el episodio más espectacular protagonizado por un hombre en solitario”.
Loïck Fougeron. El hombre tranquilo.
Bretón, era amigo de Moitessier, del que estaba muy influenciado. Disponía de poca experiencia de navegación en solitario, y de un robusto Captain Browne, su velero de acero de 30 píes.
En la regata, sufrió una experiencia aterradora en un fortísimo temporal cerca de Tristan de Cunha, que le tumbo el barco varias veces. Capeó durante horas, y consiguió sobrevivir. Se retiró exhausto a los tres meses de su salida en la Isla de Santa Elena.
La espina de no haber conseguido dar la vuelta al mundo quedó ahí y lo volvió a intentar dos veces más hasta conseguir doblar en el año 1977 su Annapurna personal: el Cabo de hornos.
Bill King. Lo empeñó todo para ganar.
Tenía 57 años, antiguo comandante de submarinos, se hizo construir una goleta de madera de 42 pies de cubierta convexa, con aparejo de junco chino sin jarcia fija. Una apuesta muy arriesgada si pensamos en los rugientes cuarenta.
Su barco volcó en la misma tormenta que sufrió Fougeron en Sudáfrica. Desarboló, y salvó la vida de milagro. Su viaje se había acabado. Improvisó un aparejo de fortuna, y llegó a Ciudad del Cabo.
“Era una aventura arriesgada, pero nunca creí que pudiese llegar a afectarme tanto”, le escribió a su mujer.
Nigel Tetley. Casi lo consigue.
Comandante de la Royal Navy. Su barco, el Victress, que era su hogar, un trimarán de 40 pies, pensado como crucero de placer.
Su decepcionante normalidad, su insulsa motivación y su extraordinaria fuerza de voluntad, lo convertían en el más raro de los nueve.
Nigel, engañado, pensando que Crowhurst lo podía alcanzar, forzó mucho su barco en la última fase, y acabó hundiéndolo a solo 1000 millas de la meta. Fue rescatado por un petrolero italiano.
Donald Crowhurst. Mentira, locura y suicidio.
Ingeniero electrónico británico de 36 años. Preparó penosamente un trimarán similar al de Nigel.
Desde el inicio tuvo todo tipo de problemas con el barco y por miedo a enfrentarse al océano Austral y a retirarse, lo que le implicaría la ruina, decidió enviar posiciones falsas mientras navegaba a tumbos durante meses por las costas de Brasil.
Crowhurst sólo pensaba en un triunfo que lo redimiera de una vida siempre por debajo de sus altas expectativas.
Poseía un talento innegable, pero no era capaz de sacarle partido. Acabó siendo víctima de su propio engaño, enloqueciendo poco a poco, escribiendo en su diario visiones históricas, reflexiones cósmicas, diálogos con el mismísimo Einstein, hasta llegar a un brote psicótico, que le llevó a tirarse por la borda.
El Teignmouth Electron fue encontrado a la deriva en medio del Atlántico casi 11 meses después de su partida. La película The Mercy, estrenada con motivo de los 50 años de la regata, o el documental Deep Water cuentan la experiencia vivida por el más trágico de los protagonistas de la regata.
Bernard Moitessier. Monje del mar, poeta y visionario.
El mítico navegante francés, de compleja personalidad, dejó boquiabierto al mundo cuando decidió rehusar el regreso a Europa, abandonando la regata, y la casi certeza de ser su doble ganador, para seguir navegando a su aire, libre de las presiones mundanas y del afán de éxito, “Porque soy feliz en el mar y quizás para salvar mi alma”.
Moitessier dio una vuelta y media al mundo, en la travesía más larga jamás hecha en solitario.
No tenía nada que demostrar, se fusionó en uno con su barco y en el mar obtuvo la confirmación de que su reino no era de este mundo.
Sus vivencias las reflejó en una verdadera delicia de la literatura naútica: El largo viaje. Su barco, el Joshua sigue navegando y está siendo cuidado por el museo marítimo de la Rochelle.
Robin Knox-Johnston. El hombre práctico.
Era quizá el único que no tenía dudas sobre sus posibilidades, con una personalidad menos compleja que Moitessier o Crowhurst (los otros grandes protagonistas). A bordo del Suhaili, un ketch de 32 pies de madera de teca, fué el único de los nueve en completar el desafío, después de pasar 312 días en el mar.
Navegó más de medio mundo sin timón de viento, por rotura de todos los repuestos. Se le dió por muerto, organizándose una operación en su búsqueda, pero apareció convirtiéndose en el doble ganador.
Objetivo cumplido y gloria merecida. En 1995 fue nombrado Caballero de la Corte Británica. Knox-Johnston sigue dando guerra y ha navegado el planeta más veces, incluso en solitario.
Fue el primer hombre que consiguió acabar la gran aventura.
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