Cuando Jorge y yo comenzamos a conversar acerca de la posibilidad de emprender la aventura de vivir a bordo del barco viajando, una de las cuestiones que debíamos asegurar era la continuidad de la escolarización de nuestra hija. Aunque lo más difícil, sería dejar nuestra cómoda vida en la ciudad, vivir en el mar y navegar largas travesías, cuando yo jamás me había subido a un velero.
Desde el comienzo de nuestra aventura, hemos vivido en varios lugares: la paradisíaca Isla Grande en Angra dos Reis Brasil por casi 2 años. Luego vino la primera travesía larga: Navegamos desde Atenas a Río de Janeiro, recalado en más de 35 puertos, 5 mares, 3 continentes y un océano. En el 2018 navegamos parte de la costa del Pacifico y la costa de Brasil de Norte a Sur.
El año 2019 navegamos el Adriático, el Jónico, el Tirreno y el Mediterráneo y amarramos en 30 puertos de Croacia, Montenegro, Italia y España. En resumen, llevamos navegadas unas 12.000 nm en familia.
Vivir a bordo y hacer una escuela diferente a la que mi hija estaba acostumbrada, no fue fácil. Ser madre y maestra, dejar de trabajar en una gran compañía, pasar a ser mamá de tiempo completo y comenzar a emprender desde el mar casi a los 50 fundando nuestra plataforma de alquiler de barcos hostandboat.com , no fue fácil, pero consideramos que ese era el momento para hacerlo. Y ser testigo y parte de su proceso de aprendizaje me hace feliz.
Pero no voy a ocultarlo, el vértigo que me produjo estar embarcada sin tierra a la vista, fue alto. La primera vez que me embarqué para una travesía larga sentí una sensación parecida a la claustrofobia. Era el tramo desde la bella Lefkada, una isla griega hacia Sicilia sin escalas, 300 millas náuticas.
Era mi primera travesía larga, si bien ya llevaba 6 meses viviendo a bordo en Angra dos Reís, la distancia máxima de mis navegaciones hasta ese entonces era 33 millas. Cuando dejamos de ver tierra, y solo podía ver agua, ¡quise escaparme! Me invadió una necesidad horrible de salir corriendo! Obviamente no era posible, así que a medida que pasaron las horas, comencé a disfrutar de esa inolvidable sensación de estar en el mar navegando y sólo sentir el ruido de las olas. Hoy, esa sensación se ha convertido en algo casi adictivo. Y la necesito transitar con frecuencia.
Durante esos momentos únicos, nos hemos acostumbrado a vivirlos sin necesidad de estar conectados a Internet. La única conexión que necesitamos, se hace con el ruido del agua golpeando el casco, con el olor a mar, sentir el viento… Son esos momentos los que hacen que aflore una creatividad increíble que nos invita a inventar juegos, a leer y sobre todas las cosas, a conectarse con uno mismo.
La última travesía desde Sicilia rumbo a Palma de Mallorca, partimos al mediodía con poco viento de través, por lo que anduvimos a motor la mayor parte del tiempo.
El día lo aprovechamos para hablar mucho. Dormimos siesta en tandas y con Pachi estudiamos la Unidad Educativa 3 de Biología. Comenzamos a despedirnos de Sicilia, que nuevamente nos encantó: la bella Taormina, las Islas Eólicas y Cefalú. Allí habíamos recalado en la travesía Atenas Río que hicimos en el 2017, pero quisimos repetir. Pachi después de estudiar, comenzó a leer chistes en el IPad acostada en el cockpit. Hubo hamburguesas con puré y tomate, mate con medialunas rellenas de chocolate y de cena, pollo al champiñón con arroz al curry.
Pero lo más destacado del día para mí es la puesta del sol. Amo ese momento, donde puedo ver el sol redondo y naranja tiñendo el cielo y el mar de rosa mientras escucho el ruido del agua golpeando contra el casco. Son 30 minutos de contemplación en los que voy proa y admiro a Febo. Le saco mil fotos. Lo filmo en cámara lenta, a cámara rápida, y todo con la intención de compartir esta vivencia con quien no tuvo la suerte de estar allí . Ojalá pudiera transmitir lo que se siente en ese momento, que yo llamo momento que me abraza el alma.
Jorge me entregó la guardia a las 2am, viento al través comenzando a tener ganas de Soplar. Doce nudos, pero no estaba firme todavía. Fui muy afortunada, ya que al instalarme en el cockpit , comenzó a asomar en la popa una incipiente luna roja en cuarto creciente. Es increíble verla salir desde el mar y ver como rápidamente va subiendo y cambiando de color, roja, naranja, amarilla… y como en una noche estrellada refleja su color en el agua.
Aquí es donde compiten por mi atención la estela que deja el barco con sus millones de lucecitas en el agua, la luna y su luz reflejada en el mar, y un cielo estrellado con una vía láctea impresionante. Me fascina mirar el cielo en la noche a la pesca de estrellas fugaces, todo un premio que te da la noche en el mar mientras haces la guardia. No me decido si asomar la cabeza por encima del doghouse, sentir el viento cálido en la cara con olor a mar y mirar las estrellas; o mirar en la popa la luna y el caminito de luces. Voy y vengo ya que además debo controlar viento, rumbo, y mirar el tráfico, que por suerte hoy es poco. Se afirmó el viento, 15 nudos de través, se saca la génova, aumenta 1 nudo la velocidad, ajuste de rumbo de 5 grados ya que la vela nos orzó un poquito.
Cuando estás navegando, es muy fácil perder la noción de que día es, y a veces cuando despiertas en puerto, cuesta acordarte dónde estás. Adoro esa sensación de tener que pensar en donde es que estoy amaneciendo. Después de 280 millas, y de sucesivos cambios de guardia llegamos al alba a Cagliari, Cerdeña. Allí tiramos el ancla en aguas turquesas y fondo de arena, un lujo. La playa es hermosa y el agua totalmente transparente.
Estamos en temporada alta, época de vacaciones escolares, y siendo sábado, la playa está abarrotada de gente. No hubo tiempo de ir a la ciudad de Cagliari. Nos hubiese encantado quedarnos más tiempo y volver a visitar esta hermosa ciudad, pero nos apremiaba llegar a Mallorca. Adoro esta vida de nómadas de mar, de navegar y conocer muchísimos lugares, gente nueva, culturas, idiomas, descubrir nuevos sabores.
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