Hubo un tiempo en que los barcos nacían del bosque. La vida marítima de todo el litoral español —de Galicia a Andalucía, pasando por Asturias, Cantabria o Baleares— dependía de la habilidad de los carpinteros de ribera, maestros en el arte de domar la madera para construir las naves que pescaban, comerciaban o guerreaban en nombre de reinos y pueblos.
Durante siglos, la carpintería de ribera fue tan vital como la agricultura o la pesca. Cada puerto, cada ría, cada playa de varado albergaba un taller donde el sonido del mazo y la gubia marcaba el pulso de la vida marina. Conocían los secretos del roble, del castaño, del pino… cada veta, cada nudo. Trabajaban sin planos, guiados por la memoria y la intuición.
Pero el tiempo y la tecnología no perdonan. Desde mediados del siglo XX, la aparición del acero primero y de los composites después arrinconó la madera, considerada costosa y lenta. Los astilleros se vaciaron, los viejos maestros fueron apagando su oficio en silencio, y los barcos de fibra ocuparon los puertos como copias sin alma.
Hoy, los carpinteros de ribera son casi especies en peligro de extinción. En todo el país apenas queda un puñado de ellos, resistiendo como faros solitarios en medio de la tormenta.
Tres de esos guardianes, cada uno en una punta de España, siguen dando vida a la madera: Francisco Fra Rico en San Ciprián, Antonio Oliver en El Puerto de Santa María y Martín González en Castropol. A ellos se suma la labor colectiva de Astilleros Catoira en Rianxo, un ejemplo vivo de resistencia cultural. Sus historias son mucho más que anécdotas: son una llamada de atención antes de que este arte, que durante siglos sostuvo la relación de España con el mar, desaparezca para siempre.
La carpintería de ribera: un arte en peligro
La carpintería de ribera es mucho más que una técnica constructiva: es la síntesis de la experiencia de siglos de navegación artesanal. Nació de la necesidad, en costas donde el mar era vida y subsistencia, y evolucionó como un conocimiento íntimo de la madera, las mareas y el viento.
En España, esta tradición floreció en lugares como Galicia, Asturias, Cantabria, el Mediterráneo andaluz y valenciano. Pero la llegada de nuevos materiales industriales en los años 70 y 80 —fibra de vidrio, poliéster, aluminio— arrinconó rápidamente a los barcos de madera. Hoy, apenas quedan unos pocos talleres, verdaderos santuarios de una forma de entender el mar que va mucho más allá de lo utilitario.
Son talleres sin prisas, donde cada costilla de un barco es una escultura y cada tablón curvado sobre fuego y vapor es una obra maestra.
Francisco Fra Rico: la séptima generación que resiste en San Ciprián
En el pequeño pueblo de San Ciprián, en la costa de Lugo, Francisco Fra Rico trabaja en su astillero familiar, uno de los últimos en activo en toda Galicia. No fue una elección cómoda: frente a la posibilidad de dedicarse a la ingeniería naval moderna, Francisco decidió seguir el camino de su familia, que lleva más de dos siglos moldeando barcos de madera.
«Un barco de madera respira, tiene alma. No hay dos iguales.»
En su taller, el sonido de la gubia mordiendo el pino o la caoba marca un ritmo ajeno al del mundo exterior.
Francisco no solo construye embarcaciones tradicionales gallegas como dornas o gamelas, sino que también lucha por preservar los saberes: organiza talleres, recibe visitas escolares y se ha convertido en una referencia para quienes creen que aún hay futuro para la carpintería de ribera.
«No se trata solo de hacer barcos. Se trata de mantener viva una parte de lo que somos. Cada casco que sale de este taller lleva un pedazo de nuestra historia.»
Antonio Oliver: formar para no olvidar en El Puerto de Santa María
A más de mil kilómetros al sur, en El Puerto de Santa María, Cádiz, Antonio Oliver pelea su propia batalla contra el olvido. Valenciano de nacimiento, pasó años en astilleros franceses donde aprendió técnicas tradicionales antes de regresar a España con una misión clara: recuperar la carpintería de ribera en su tierra.
En su taller, junto a embarcaciones tradicionales como jábegas y faluchos, Antonio ha iniciado un proyecto de formación para transmitir los conocimientos a nuevas generaciones.
«Si nos rendimos ahora, dentro de 20 años la carpintería de ribera será una anécdota de museo. Y un barco no es un objeto muerto, es algo que tiene que navegar, que tiene que vivir.»
Su taller es hoy uno de los pocos espacios donde los jóvenes pueden aprender a construir un barco como se hacía hace doscientos años, tabla a tabla, mano a mano, sudor a sudor.
Martín González: resistencia asturiana en la ría del Eo
En Castropol, Asturias, Martín González trabaja en el astillero Pacho, una reliquia viva en la ría del Eo. Rodeado de viejos aparejos, sierras manuales y aromas a resina, Martín resiste como puede a la falta de encargos y al olvido institucional.
Durante décadas, su especialidad han sido los botes de vela latina y las embarcaciones de pesca tradicionales. Pero el mercado se ha estrechado tanto que hoy Martín trabaja, en ocasiones, casi como un monje en su taller: reparando pequeñas barcas por encargo o restaurando con mimo piezas que otros darían por perdidas.
«Cada vez que una trainera de madera se pudre en un astillero abandonado, perdemos algo más que un barco. Perdemos memoria, cultura, manera de entender el mundo.»
Martín no se hace ilusiones: sabe que sin un apoyo real, su generación será la última. Pero mientras pueda sujetar un formón, no piensa rendirse.
Astilleros Catoira: artesanía gallega a flote desde Rianxo
En Rianxo, corazón marinero de las Rías Baixas, resiste uno de los astilleros más emblemáticos de carpintería de ribera: Astilleros Catoira. Desde su taller junto al puerto, un equipo de artesanos mantiene viva la tradición de construir y restaurar embarcaciones clásicas como gamelas, dornas y traineras.
Su labor no se limita a la fabricación: también promueven el conocimiento de la carpintería de ribera a través de proyectos culturales, colaboraciones en festivales náuticos y talleres de formación para jóvenes.
«Aquí cada barco tiene nombre y alma. No trabajamos para producir en serie, trabajamos para que el mar siga recordando de dónde venimos.»
Astilleros Catoira demuestra que, aunque los tiempos cambien, la pasión y el respeto por la madera siguen navegando en Galicia.
No todo está perdido… todavía
La carpintería de ribera española sobrevive en estado crítico, como un barco escorado que aún flota por pura testarudez. Gracias a artesanos como Francisco, Antonio, Martín y equipos como el de Astilleros Catoira, la madera sigue hablando su idioma milenario entre nosotros.
Cada embarcación nueva, cada restauración lograda, cada aprendiz iniciado en este arte supone una pequeña victoria contra el olvido.
Porque construir un barco de madera no es solo construir una máquina para flotar: es rendir homenaje a los que vinieron antes, es mantener una conversación viva con el mar.
Y mientras sigan existiendo talleres donde el golpe del mazo sobre la cuaderna suene como un latido, la memoria del mar seguirá navegando.
Astilleros Catoira en acción
En este vídeo podemos ver de primera mano el trabajo artesanal que Astilleros Catoira sigue realizando en Rianxo. Un testimonio vivo del esfuerzo por mantener a flote la tradición de la carpintería de ribera gallega.
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